Sunday, May 14, 2006

Viejo Debate


Acerca de la Nueva Agenda Latinoamericana

Las políticas económicas para América Latina han estado enmarcadas en la teoría del trickle-down o goteo económico, es decir que el libre mercado traerá crecimiento que producirá riqueza y ésta a su vez permeará a los sectores de la sociedad, de arriba hacia abajo, beneficiando a todos. Pues bien, el laboratorio que ha sido esta región para las políticas neoliberales implementadas a finales de los 80, ha mostrado ya por varios anos consecutivos, que esto no es necesariamente así. Y la lección que deja esta evidencia empírica es que el diseño de políticas económicas debe fijarse no solo en los desajustes macroeconómicos y tasas de crecimiento, sino en la distribución de la renta y lucha contra la pobreza, dos elementos necesarios para alcanzar el desarrollo sostenible de esas naciones. Sobretodo si tomamos en cuenta que América Latina es la región más desigual en el mundo.
La constatación generalizada de que las reformas no lograron reducir la pobreza (y en muchos casos esta experimentó un ascenso), obligó a las instituciones multilaterales promotoras a reconocer que el resultado de las reformas en AL no había sido “lo esperado”. De ahí que los ideólogos del Consenso de W. como Williamson, plantean ahora una Nueva Agenda Latinoamericana que de algún modo continúe con el modelo de las reformas, pero esta vez tomando en cuenta la participación del país. De igual modo, los principales críticos al modelo de reformas como Stiglitz que tambien proponen una nueva agenda pero partiendo de distintas premisas.
El caso de Williamson es particularmente notorio al haber sido el estratega de este acuerdo para la implementación de políticas estrictamente neoliberales[1]. En sus análisis post-consenso, el economista reconoce que “las reformas del Consenso de Washington no trajeron los resultados esperados en la región a pesar de que los primeros tres anos de la década de los 90 los países lograron que sus economías experimentaran crecimiento y reducir la pobreza”[2].
Esto se debe, según el autor a varios factores y no necesariamente al diseño de las reformas. Para ello, se apoya en el “exitoso” caso de Chile frente a los “errores” cometidos por Argentina como caso opuesto[3]. Entre las razones que el autor da para explicar el fracaso de los países latinoamericanos están:

- La recesión de la economía mundial:
- La caída de los precios de los productos primarios que llega a niveles imprecedentes
- Y la incapacidad de los mercados locales frente a las nuevas inversiones

Es decir, según Williamson no es el diseño de las reformas sino las condiciones imprevisibles del entorno, las incapacidades nacionales y estatales, la situación internacional movida por el mercado, y la corrupción en los países lo que distorsionó el resultado de las reformas. Y por tanto el autor resume las críticas a su agenda dando las mismas soluciones: continuar con las reformas, tener una política fiscal fuerte y flexibilizar -aún más- el mercado laboral. Lo nuevo en su propuesta es quizás únicamente, la inclusión de un apartado sobre distribución de riquezas, que el mismo reconoce “polémico” de explicar a Washington[4]. Lo que el autor no dice es que no es solo el caso particular de Argentina el que tendría que explicarse, como caso aislado debido a “sus errores cometidos” (institucionales, etc), sino también el de Bolivia[5], Ecuador, Perú, Nicaragua y Venezuela. Todos con altos índices de pobreza y crisis económicas experimentadas durante la década de 1990.
Para los críticos de las reformas, esta clara evolución económica y política en los países latinoamericanos, es más que suficiente para evidenciar que los fracasos no se deben a razones de orden interno como plantea Williamsom, sino al propio diseño de las reformas, generalizadas a todos los países. En este grupo se encuentra Stiglitz, quien enfatiza el hecho de que en la mayoría de los países, las reformas no solamente han tenido aspectos negativos de recesión, crisis e inestabilidad, sino que además han contribuido a aumentar las ya deficientes condiciones estructurales de la pobreza y desigualdad[6]. Es decir, que inclusive el crecimiento experimentado por algunas economías, fue a parar a un porcentaje pequeño de la población y los estados se hicieron aún más vulnerables. Tanto es así que a partir de 1997, la CEPAL ha decidido llamarle “la media década pérdida”[7].
Un punto medular de su cuestionamiento, (el mismo que hacen los críticos del Consenso), es que la sola idea de crear una agenda única aplicable a todos los países sin tomar en cuenta sus particularidades, procesos y realidades nacionales así como la nula participación local, ya era un signo sumamente negativo. Y por tanto el paquete de reformas llamadas de primera y segunda generación, vulnerabilizó aún más a los países frente a las crisis económicas aumentando el nivel de inseguridad.
Frente a la posición de Williamson, Stiglitz sostiene que no fue la crisis financiera mundial lo que impidió buenos resultados de la reforma, sino que fue ésta última la que lo generó con la abrupta liberalización de capitales. Por otro lado sostiene que la entrada de capital de corto plazo, en lugar de amortizar la volatilidad, contribuyó a producirla y esto acentuó más la crisis.
Finalmente el autor afirma que la corrupción no es suficiente para explicar los agravios puesto que fue la violenta y rápida desregulación y privatización, lo que generó espacios para prácticas de dudoso proceder al no contar estos países, frente a esta nueva situación, con sistemas de regulación y seguimiento. Y aquí es donde podemos preguntarnos, ¿Si era una realidad bien conocida la debilidad de los estados y deficiente institucionalidad en los países de la región, porque las reformas no comenzaron por ahí? Si apostaban por una estabilidad de los mercados y reglas de libre comercio, ¿porque no comenzar con la construcción de la “infraestructura” necesaria para poder desarrollarlo?. En realidad, la total desregulación de la economía y la reducción del estado, con la urgencia con la que se impuso, no permitía que se desarrollaran regulaciones para controlar las prácticas que de todos modos serían las que condicionarían los resultados de estas políticas, como efectivamente sucedió. Frente a esto Williamson alega que es por esa razón que se incluyen, en la segunda generación de reformas, los aspectos de fortalecimiento institucional. Quizás ya muy tarde. Y ya sabemos las consecuencias que esto trajo, como claramente lo reconoce, las privatizaciones no gozan de popularidad en la región.
Finalmente hay un punto muy interesante y que me parece muy válido en el análisis de Stiglitz. Y es el tema de la relación entre democracia y mercado, cuando dice: “Después de venderle democracia (…) le dicen que las decisiones fundamentales, relativas a la política macroeconómica (…) son demasiado importantes como para dejarlas libradas a los procesos políticos democráticos[8]
Esta reflexión es básica para el caso latinoamericano, pues entre la democracia y el mercado, la primera termina subordinándose claramente a la segunda. En el caso de Nicaragua, por ejemplo, las reformas iniciadas a inicios de los anos 90, con el gobierno de Chamorro y su débil coalición conocida como UNO (Unión Nacional Opositora), produjeron cambios violentos en cortos lapsos de tiempo que alteraron no solo la vida económica, sino fundamentalmente la socio-política. Los proyectos de democratización y de liberalización que se suponían iban de la mano, como dos caras de la misma moneda, no tuvieron en la práctica el mismo interés ni el mismo peso. El proyecto económico de las reformas, si vemos en el tiempo, fue el que se mantuvo intacto hasta completar todas las fases propuestas por las reformas. Aunque esto implicara ralentizar los esfuerzos de democratización al imponerse un consenso sin consenso con la población. Si bien es cierto se mantuvieron en el tiempo los gobiernos de oposición (al régimen sandinista) que impulsaron las reformas y se respetó el marco electoral, las políticas económicas dificultaron aún más la débil democracia recién instaurada y esto provocó pérdidas al proceso democrático en el sentido amplio del concepto[9].
Lo que ocurrió al final es que las reformas, tal y como fueron planteadas, fueron exitosas. Es decir que se logró reducir el déficit fiscal, se instalaron los equilibrios macroeconómicos y la lucha contra la inflación. Se privatizó la banca, empresas e instituciones nacionales y se abrió el mercado. Lo que pasa es que esto tuvo un costo altísimo para el país (y en general para todos los países que lo aplicaron) y las desigualdades sociales se acentuaron gravemente al tomar solo en cuenta como dice Stiglitz, el obsesionante énfasis en la inflación y dejar fuera los temas de desempleo y pobreza. Un fracaso socio-económico. Pero en general, si las reformas no tenían contemplado el tema del empleo y la distribución y se apoyaban en un discurso rígido para lograr equilibrios macroeconómicos a “cualquier costo”, ¿Qué otra cosa podría esperarse del Consenso? Si bien el plan ideado para los países estaba fundamentado en la idea de aprovechar las oportunidades del mercado y evitar los inconvenientes de la emergencia de nuevos mercados, no tomaron en cuenta el debilitamiento que esto generaba a los Estados en su manera de realizarlo.
Aunque algunos digan que ya es momento de dejar a un lado el famoso Consenso y seguir pensando en una nueva agenda, lo cierto es que el tema de las reformas da para mucho debate. Lo diferente ahora es que hay un "consenso sobre el consenso" El mismo BID en un documento elaborado para la conferencia de gobernadores en Brasil en 2002, integró un dato interesante: a la opinión negativa generalizada en AL sobre las privatizaciones y liberalización del mercado, se ha integrado la clase media e instruida[10]. Esto es importante para pensar en la Nueva Agenda ahora que el Consenso de Washington ha sido sustituido por el consenso crítico. En la nueva agenda propuesta por Stiglitz, o mejor dicho los que considera principios a tomar en cuenta, incluye la necesidad de desarrollar políticas sociales, una visión equilibradora del Estado y el Mercado (sin especificar cual debe ser), iniciativas como el micro crédito, lucha contra la pobreza y la creación de igualdad de oportunidades. En general Stiglitz al igual que otros críticos, propone un nuevo modo de confeccionar políticas económicas ajustadas a realidades nacionales.
Personalmente pienso que si la Nueva Agenda Latinoamericana no toma en cuenta a las voces criticas y no busca como incrementar su nivel de elaboración y de adaptación local, mejor no plantear el consenso tal y como lo sugiere Williamsom. Después de ver algunos casos de la región como Argentina, pero también como Nicaragua y Bolivia, el asunto de las agendas tiene que darse como fruto de un verdadero consenso a nivel nacional. Ahora que distanciarse del Consenso no significa ser un transnochado, un nuevo debate se abre a inicios del 2000 para buscar propuestas que sean, esta vez, más favorables para la región.

[1] Aunque curiosamente el autor no se reconozca asimismo como neoliberal y muchas de sus ideas no fueran incluidas en el “Consenso” Ver en El Clarín, edición domingo 30-03-2003. http://www.clarin.com/suplementos/economico/2003/03/30/n-00211.htm
[2] Williamson, (2003)
[3] Sin embargo, no hay que olvidar que antes del descalabro Argentino, el país era ampliamente citado entre los ideólogos del BM Y FMI, como exitoso.
[4] La nueva agenda que prepara Washington. El Clarín. Versión electrónica. Edición del día 30 de Marzo, 2003. www.clarin.com
[5] El caso boliviano es más que emblemático: presentado en 1992 como país pionero de las reformas, tiene índices de pobreza exorbitantes. Ver Informe del BM sobre el caso boliviano.
[6] “El rumbo de las reformas” Revista de la Cepal, Agosto 2004. Pág. 8
[7] Stiglitz reconoce que con todo y los bemoles desatados por las medidas, el débil crecimiento superó al de la década de los 80. Esto sin embargo, no es alentador si diferenciamos las economías más grandes, como México y Brasil, de las más pequeñas como Honduras y Nicaragua. Y sobretodo si tomamos como indicadores el índice de desarrollo humano y de sostenibilidad, que aún están muy rezagados frente a las economías desarrolladas.

[8] Stiglitz. Pag 14
[9] La democracia como un modo de concebir las relaciones en una sociedad, con inclusión al debate de políticas públicas de los diversos sectores implicados.
[10] Saldomando, Angel. Gobernabilidad: entre la democracia y el Mercado.

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