Sunday, May 14, 2006

Viaje a Grecia


Entrega por partes

Una oferta de viajes Álamo y la eterna curiosidad que Grecia despierta como lugar histórico, mitológico y literario nos llevó felizmente hasta ese país. Yo había descubierto la oferta unas semanas atrás y al comentárselo a Carmen, mi amiga boliviana, recibí un muy suyo “está perfecto, nos vamos”. Con este banderazo oficial de salida partimos el jueves 17 de Marzo primero a Madrid y después a Grecia.

Llegando a El Venizelos

El avión mal presurizado me avisó a través del acostumbrado dolor de oídos, que estábamos a tan solo 30 minutos del aeropuerto griego Eleftherio Venizelos. Como ocurre con todos los aeropuertos internacionales, el nombre corresponde a un personaje prominente de la historia nacional, en este caso Venizelos, quien fue un reconocido político de origen cretense que llegó a ser primer ministro.

Antes de llegar a suelos griegos, estuvimos conversando en el avión con una señora particularmente amable que había vivido 8 años en Grecia y que tras 20 años de ausencia, ahora regresaba desde Miami para conocer el estado de su vivienda. Una vez aterrizados y con equipaje en mano, nos explicó que ella tomaría el bus hasta plaza Sintagma y que si queríamos podíamos irnos juntos, así nos explicaría algunas cosas de la ciudad durante el trayecto. Nos pareció perfecto y bien acompañados por una “baqueana”, salimos de la zona del aeropuerto y comenzamos la entrada triunfal por Atenas.

Para nuestra agradable sorpresa, esta mujer de rasgo fino y elegante, croata de origen según me diría después, resultó ser un oasis de conocimiento en cuanto a lenguas (hablaba ocho) y etimologías. Pero entre todas las lenguas que dominaba, el griego que lo hablaba a la perfección, no era para ella solo un idioma más como nos dijo en una ocasión, sino un libro de historia del mundo y la palabra. Su natural y evidente gusto por la etimología era tal, que mientras hablaba le era imposible dejar de mencionarnos en medio de su relato, el significado de ciertas palabras. Por ejemplo, si alguien mencionaba la palabra cosmopolita (quizás hablando de Grecia) inmediatamente nos recordaba que esa era otra palabra de origen griego, cosmo de Kosmo que significa mundo, polite que significa ciudadano (polis= ciudad), es decir, ciudadanos del mundo. Lo mismo con anónimo, del griego Onyma=Onoma que es nombre y el an que es el privativo, por tanto significa sin nombre.

Leer Zorba el Griego me confirmó eso que la amable señora croata (de corazón y alma griega) quiso explicarnos de un modo muy particular (a través de la palabra) el primer día. Somos más griegos de lo que pensamos. Hasta el día de hoy vemos el mundo a través de los griegos, usamos las palabras que ellos usaron para nombrar las cosas y seguimos buscándolos como referencia no de un pasado, sino del presente para explicarnos quienes somos y porque pensamos del modo en que lo hacemos. Es curioso, todo lo que sabemos de esa Grecia antigua lo aprendimos de los libros, pero incluso aquellos que nunca han leído un renglón sobre los clásicos griegos viven en “estados-naciones” y hablan sobre “democracia”. La fascinación por la historia, la mitología y la filosofía griega es universal porque el mundo al que se refieren, es el mundo de la admiración y la curiosidad. Muchas de las palabras que usamos, sin saber su origen, nos remiten a una visión del mundo específica.

El trayecto hasta plaza Sintagma se hizo corto hablando de estas y otras historias. Despues de dar algunas vueltas por el centro, finalmente llegamos al Hotel Candia, dejamos las maletas y nos fuimos a Plaka. La idea era caminar por las callecitas y cenar algo. Sin embargo, donde realmente llegamos fue a Monastirakis, el otro barrio situado en las faldas de la Acrópolis. Recorriendo sus angostas y a menudo atestadas callejuelas, llegamos hasta unas ruinas que resultaron ser de la biblioteca de Adriano. Nos extrañó que estuvieran en medio de tantas tiendas y mercancía como una mas, aunque eso si, bien protegidas las ruinas por un gran cerco de metal. Ahí nos sentamos un rato para intercambiar impresiones teniendo como telón de fondo la linda Acrópolis iluminada. Después de un rato y con el estómago cantando, nos dirijimos a la parte de los restaurantes y entramos a uno de aspecto casero y sencillo. Es poco si digo que comimos como condenados a muerte. Entre quesos, berenjenas rellenas, cordero, ensaladas y vino, nos enamoramos de la noche.
Algunas reflexiones:

El griego es un idioma que se habla con ánimo, como el italiano. Dos griegos que entusiasmadamente intercambian palabras pueden parecerle al oído y ojo extranjero, estar frente a una acalorada discusión. Pero no nos equivoquemos, los griegos son en general tranquilos y como nos dijo la señora croata “no son malos los griegos y este es un país muy seguro.”

Algo que me llama la atención es la calidez de la gente, inclusive fuera de los rincones eminentemente turísticos. Aunque el domingo puede ser el día de descanso hasta de la “amabilidad” como dijo Carmen mientras nos dirigíamos a Piraus para tomar el barco hasta Aegina.

Día 1

Antes de salir al frío matutino de una Atenas en Marzo, procedimos a tomar el desayuno ofrecido por el restaurante del Hotel, bastante abundante por cierto. Unas 8 mesas desayunaban con nosotros y todos eran jóvenes italianos y usamericanos que hacían un “school trip” por Europa. Y esos días habían llegado, ni más ni menos que a las ruinas de Atenas. Que lujo, me dije.

El desayuno consistía en una variedad de posibilidades empezando por chorizos rojos, huevos, croissants, pan dulce hasta cereal de varios tipos, jamones, quesos, jugos, té, chocolate caliente y café. Ahhhh y el famoso yogurt griego de color blanco inmaculado y textura a “la leche agria”. El sabor, también amargo y simple como la leche agria, se mezcla según el gusto particulier con mermelada o cereales.

Después de semejante desayuno “a la griega” (exceptuando el croissant) nos lanzamos a iniciar el itinerario del día. El plan era llegar hasta la calle Apostolou Pavlou, frente al monte Pnyx, para cruzar la carretera que desemboca en la gran Acrópolis. En el mapa de Atenas, tomado del Hotel, marcamos la ruta. Jorge, el novio de mi amiga boliviana, sería la brújula y encargado del mapa mientras yo haría las de guía improvisada con ayuda de mi dudosa Guiarama comprada días atrás en Salamanca. Y digo dudosa porque a falta de euros, entre Michelin y Guiarama había vencido esta última, sin percatarme en ese momento que dicha guía era del 2000. Fue hasta la segunda noche, mientras buscábamos una taverna en el barrio de Plaka, que me percaté del pequeño detalle al descubrir que el lugar que buscábamos ya no existía. Pero bueno, hay que reconocer que Guiarama “la guía que te acompaña” resultó de bastante utilidad en general.

En nuestro recorrido por la mañana pasamos frente a la estación de ferrocarril local y con decidido espíritu elegimos las calles más griegas y menos turísticas que pudimos. Así pasamos frente a un mercadito que apenas despertaba y varias iglesias ortodoxas de sencilla y pequeñas dimensiones. En general las iglesias que visitamos eran muy parecidas: decoradas con lindos candelabros y obras bizantinas así como frescos, están coronadas por una única cúpula de piedra que tiene en las paredes internas sencillos huecos por donde se filtra la luz. Algo muy curioso fue descubrir que muchas de las iglesias son tan pequeñas, que sirven como iglesias de paso para el caminante devoto en ruta a su destino. Pero lo más extraño que vimos en materia de iglesias, fue una con capacidad para quizás dos o tres personas extrañamente situada en la entrada de un edificio, bajo el techo de ese edificio y no más grande que un microbús de los que se vendían en ese mismo edificio. Por lo tanto del otro lado de la calle veías una iglesia diminuta debajo del alto techo de un edificio de ventas de auto.

Algo que nos había advertido Guiarama sin equivocarse, era que Atenas como ciudad extendida y habitada por más de 4 millones de personas, vivía un tráfico intenso y ruidoso. Cosa que era no solamente fácil de verificar, sino que además era imposible de dejar de vivir. Dos semáforos y un intento de cruzar la calle son más que suficientes para comprobar que si hay algo que tiene poco de mito y mucho de palpable realidad en Atenas, es lo difícil y peligroso que es ser peatón. Los griegos, y aquí puedo recurrir sin asco a una horrible generalización, no son dados al respeto de los signos o leyes de tránsito, así que como peatón hay que estar “ojo al cristo”. No es casualidad que en las carreteras de las afueras de Atenas encontremos pequeños altares en forma de iglesias. Ojo, éstos no son para rezar. Significa que en ese lugar murió alguien por accidente de tránsito. Y hay muchos altares.

Aproximándonos cada vez más a Apostolou Pavlou, comenzamos a toparnos con lindas terrazas de cafés y restaurantes simpáticos aunque vacíos, que seguramente en verano nos parecerían irreconocibles de tanto turista hambriento y acalorado saturándolos. Ya desde esas terrazas se puede apreciar el Partenón en la Acrópolis, blanco a simple vista e imponente. Mientras seguíamos sobre la avenida teniendo a la Acrópolis del lado del corazón y las revoluciones, llegamos a una colina verde que nos llamó la atención. Una placa en piedra anunciaba que estábamos en el monte Pnyx y como no sabíamos muy bien de que se trataba, abrí mi súper guía (Guiarama la que siempre te acompaña) y descubrí que este -algo abandonado- lugar fue en los tiempos dorados de Pericles, el lugar donde se reunía la Asamblea. La guía avisaba de lo hermoso que era este lugar y de lo poco visitado por los turistas debido al corto tiempo con que habitualmente cuentan y que solo usan para visitar la Acrópolis y chau Atenas, que linda es Grecia. Así que nosotros, que para nada éramos ese tipo de turistas, decidimos subir orgullosamente las angostas escaleras de piedra que teníamos enfrente. Mientras subíamos, una hilera de ciempiés subían con nosotros en fila-india sin despegarse unos de otros, lo que formaba visualmente –y también físicamente- una interminable cadena de ciempiés subiendo el monte Pnyx. A los lados se apreciaban lindas vistas de los alrededores con todo y el cielo nublado de ese día. Luego, a medida que avanzábamos cuesta arriba aparecía ante nosotros una planicie con hermosa vista de la Acrópolis y Atenas, y más “al fondo a la derecha” el anfiteatro con capacidad para 18mil personas. Hoy por hoy ese “anfiteatro” del que no queda casi nada, es utilizado en verano para la presentación de espectáculos de luz y sonido que narran la historia de Grecia.

El descenso del monte lo hicimos por uno de sus costados, lo que nos permitió descubrir una pequeña capilla rústica y antigua muy linda. Bajamos finalmente hasta llegar a una carretera llena de autobuses turísticos que nos indicaron que estábamos en la entrada de la Gran Acrópolis. Así que nos dirigimos hacia las escaleras y mientras subíamos pudimos apreciar las hermosas vistas y el monte Pnyx donde acabamos de estar. Lo primero que se ve a la entrada de la Acrópolis mientras subís –además de muchos turistas- son los baños, lo cual es una bendición si necesitas entrar a uno como yo en ese momento. La segunda buena noticia es que la entrada es gratis para los estudiantes, así que como buena noticia imprevista nos zafamos 12 euros lo cual hizo que disfrutáramos doblemente el recorrido. No obstante, debo confesar que después de haber recorrido la maravillosa Acrópolis y haber admirado su historia in situ, me dio una especie de inútil remordimiento de conciencia, y una voz interior ronca y gruesa me cuestionaba como era posible que la historia de la filosofía y la humanidad occidental valieran tan solo 12 euros (¡d-o-c-e e-u-r-o-s ¡ y como si se tratara del título de una canción de amor, me dije¿ Pero que son doce euros?). Peor aún en nuestro caso, Cero euros, Nada, Niente! Que horror.

A un costado lateral de la Acrópolis está el teatro Odeón de Herodes Atticus, hermoso y en buen estado de conservación. De estilo romano y mandado a hacer por un romano, el teatro aún funciona durante el verano –y únicamente en esa fecha- para albergar eventos musicales o teatrales. Lo más bonito del anfiteatro es que el escenario está resguardado por un muro romano, que mas parece un acueducto romano (y que seguramente lo es ahora que lo pienso), que hace la función de pared y a través del cual se observa la ciudad. La entrada de la Acrópolis se realiza por una puerta enorme llamada Propileos. A un lado está el Templo de Atenea Niké y en el centro el Partenón.

El Partenón es realmente impresionante y sobrio, y la fachada más completa es la de la derecha. Por lo visto tiene varios anos de estar en reconstrucción y mantenimiento por lo que inevitablemente vemos las estructuras metálicas enrolladas como serpientes a los enormes pilares y los andamios con restos de metales. Estar en la parte neurálgica de la Acrópolis nos obliga necesariamente a imaginarnos la vida en los tiempos de El museo de la Acrópolis se encuentra en la parte de atrás muy cerca de la zona de la bandera. La zona de la bandera es un lindo mirador desde el cual ondea una bandera griega. Desde ahí se puede apreciar Atenas y la famosa Colina Licabetos (Lykavittós), la más alta de la ciudad.

Después de admirar las ruinas y alternando con la maravillosa vista de la Acrópolis, desde donde inclusive podemos ver el mar si hay cielo despejado, nos sentamos en una banca para admirar el que definitivamente es mi templo favorito. Me refiero a la terraza sur del Templo Erecteion donde reposan –o más bien sudan sosteniendo el pórtico- las cariátides. Las cariátides son estatuas de mujeres jóvenes vestidas con túnicas que sostienen el templo. Por tanto hacen la función de columnas y a la vez son de gran belleza estética. Aquí le pedí a Jorge que me sacara una foto, que es en mi opinión, la más linda de todo el viaje.

La Acrópolis, que significa ciudad alta, fue reconstruida en su mayoría en los tiempos de Pericles, durante la edad dorada (460-430 ac). De hecho al ver los interiores (desde afuera claro) de los templos nos damos cuenta que estos fueron efectivamente quedamos. Aquí se desarrolló la vida ateniense y además fue una ciudadela. Por estar en una colina, la Acrópolis servía de refugio a los ciudadanos durante las guerras pues ese era el lugar mas seguro.

Salimos de la Acrópolis y nos dirigimos al Ágora que fue el centro de la vida ateniense, junto con la Acrópolis, durante siglos. Según nuestra guía, en sus tiempos el Ágora albergó los primeros mercados, la prisión, teatros y escuelas. Como todo en Grecia, asistir a los restos arqueológicos más importantes y admirarlos en su significado requiere de imaginación y pasión por el arte y la historia. Algunos de las construcciones se mantienen en buen estado, pero en general hace falta un ojo que sea capaz de ver más allá de las piedras. El templo de Hefestios, en una colina, es el mejor templo conservado de toda Atenas. Se puede admirar desde la Acrópolis pero estar frente a él es otra historia. Después de caminar alrededor del Templo decidimos sentarnos en una de los tantos rincones de este enorme Ágora para digerir un poco lo que acabábamos de ver. Desafortunadamente sonaron las alarmas que anunciaban el cierre del recinto y no pudimos seguir disfrutando de este verde y cálido lugar. En este sentido, es importante mencionar que los horarios de visita a los lugares más importantes incluyendo los museos de la ciudad es de 8am a 2pm (el horario de verano parece que es más extendido). Lo cual obviamente obliga a acelerar la visita y no es suficiente. Por esa razón no pudimos entrar a ver la célebre iglesia de los Santos Apóstoles ni tampoco el museo de los yacimientos del Ágora.

Al salir del Ágora nos dirigimos al Pireaus, el puerto de Atenas de donde salen los barcos hacia las islas del mar Egeo. La idea era comprar los boletos para las islas y dar una vuelta por el puerto. Conocimos el estadio Olímpico y llegamos hasta una playita. Luego nos regresamos a Monastirakis y caminamos hasta el moderno y caro barrio de Kolonakis que se encuentra a los pies de la Colina Licabetos. El objetivo de todo el recorrido era subir en funicular hasta la cima para admirar Atenas pero sobretodo la Acrópolis iluminada. La cuesta hasta el funicular nos resultó cansado sobretodo después de un largo día de caminata. Sin embargo, cuando finalmente tomamos el funicular hasta la cima, la recompensa fue grande. En la parte alta hay un restaurante cuyo nombre no recuerdo, pero con una vista magnífica. Nosotros nos dirigimos directamente a la terraza para admirar la ciudad de Atenas y todos sus símbolos más famosos. Me pareció de lo más romántico estar ahí, con la ciudad iluminada y la Acrópolis. Vale la pena tomarse algo en el restaurante y admirar el paisaje. Es curioso pero inclusive ahí arriba hay una pequeña iglesia bizantina de color blanco, que en ese momento estaba cerrada (eran como las 10pm), pero que según nos informaron, funciona.

1 comment:

Anonymous said...

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